viernes, 5 de noviembre de 2010

la Muerte...

El 2 de noviembre se celebra el Día de los Fieles Difuntos. Toda la ciudad se moviliza para que las familias atiendan las tumbas de sus queridos muertos. Es curioso como cada cultura vive la muerte. En Mexico es una fiesta.

Con una amiga pasaba por delante de un cementerio donde la gente entraba y salía, toda la familia participaba, los niños correteaban alrededor de la actividad, y terminamos hablando de los muertos nuestros.

Cuando mi abuelo murió estábamos lejos mis padres y yo. La noticia me la dieron por teléfono desde Cuba quien pensó que sería yo la persona más indicada para recibirla, teniendo en cuenta que mi padre no estaba cerca de la cabina y quien me acompañaba era mi mamá. Pero no supe qué hacer. Me tomaba por total sorpresa aquella bomba absurda de que mi abuelo se había muerto.

Lloré mucho...varios días. Pensé en lo que no había tenido tiempo de ver, en lo que le debía. Años después le dediqué mi primer concierto personal. Nunca supe donde estaba enterrado hasta el día triste de enterrar a mi segundo abuelo, Vicente.

Lo que estoy a punto de contar me ha golpeado la conciencia cada vez que lo recuerdo, pero quien puede imponerse ante el dolor más profundo, el amor y el sentimiento. Cuando llegamos al panteón familiar que visitaba por primera vez, leí la lápida de abuelo Luis. Supe entonces que ahí estaba, alcancé a entenderlo en el momento justo en que la tapa se abría para depositar sobre él el cuerpo de mi segundo abuelo.

Fue como un abrazo final lo que sentí en la piel y en el alma. Una despedida que no había tenido lugar ni momento. Y fue entonces que lloré, que hice mi catársis, mi duelo, mi despedida. En el entierro de uno lloré la muerte del otro.

Los afectos y los dolores son fuerzas indomables.